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Darwin, las ideas dominantes y los que dominan
por
Máximo Sandín
"Los maestros calumnian a la Naturaleza: La injusticia, dicen, es Ley Natural.... Por Ley Natural, comprueban Richard Hernstein y Charles Murray, los negros están en los más bajos peldaños de la escala social. Para explicar el éxito de sus negocios, John D. Rockefeller solía decir que la Naturaleza recompensa a los más aptos y castiga a los inútiles; y más de un siglo después, muchos dueños del Mundo siguen creyendo que Charles Darwin escribió sus obras para anunciarles la gloria." (Eduardo Galeano, "Escuela del Mundo al revés" 1998).
El 24 de Noviembre de 2009 se cumplirán ciento cincuenta años de lo que algún día que, lamentablemente, no parece próximo, se calificará como el nacimiento del mayor y más nefasto fraude, la más hipócrita manipulación que ningún poder haya cometido en la historia: convertir los intereses de los poderosos en “leyes científicas”.
Este año nos vamos a cansar de leer en las principales revistas científicas y en los grandes medios de comunicación narraciones como ésta: Se cumplen doscientos años del nacimiento de Charles Darwin, el gran científico al que su estancia en las Islas Galápagos durante su viaje alrededor del Mundo como naturalista a bordo del Beagle le dio la clave de su gran creación: La teoría de la evolución mediante la selección natural. Quizás les sorprenda saber que si nos molestamos en documentarnos descubriremos que, a excepción de la fecha, ni una sola de las palabras de esta narración es verdadera. Pero los datos históricos siempre han resultado muy molestos para las religiones; por cierto, ¿se han detenido a pensar a qué se parece una fuerza abstracta capaz de crear la vida, premiar y castigar y dirigir los destinos de todos los seres vivos, especialmente del Hombre? Les daré una pista con las palabras que figuran en las últimas páginas de “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”: Y como la selección natural actúa por y para el bien de cada ser, todos los atributos corpóreos y mentales tenderán a progresar hacia la perfección.
Pero la conversión de la selección natural en poder omnímodo capaz de explicar la increíble complejidad de la Naturaleza, no fue una “creación” de Darwin. Era un rico victoriano cuyos estudios se limitaron a la titulación de “subgraduado en teología”, y al que su desocupada vida (su única actividad “laboral” era la de prestamista) le llevó, mediante la observación de ganaderos y criadores de palomas de su entorno, a la “genial idea” de que, al igual que los ganaderos seleccionan características generalmente anormales, producidas “al azar” en sus animales, en función de sus intereses, la Naturaleza seleccionaría a los seres vivos “más adecuados”. Él sólo pretendía explicarse, de una manera bastante simple, cómo una especie se podría convertir en otra. La clave de la coronación de semejante simpleza en poder universal, del “azar” y la competencia como entes rectores de la Naturaleza, está en los textos de dos de los padres de la economía liberal clásica, Herbert Spencer y Robert Malthus, cuyas respectivas máximas supervivencia del más “adecuado” y lucha por la existencia aplicadas a “sus” conceptos de la sociedad, constituyen los fundamentos “científicos” de la obra de Darwin. Tal como él mismo explica sobre su “teoría”: Es la doctrina de Malthus aplicada con multiplicada fuerza al conjunto de los reinos animal y vegetal.
No es extraño que el libro de Darwin se haya convertido en la Biblia de los poderosos. Disculpen la “espesura” de la cita textual que sigue para justificar este argumento, pero tengo que decir que la totalidad de su libro es así: “brillante”. No puede nombrarse un país en el cual todos los habitantes naturales estén ahora tan perfectamente adaptados entre sí y a las condiciones físicas en que viven, que no pudiesen todavía, algunos de ellos, estar mejor adaptados o mejorar; porque en todos los países los naturales han sido conquistados hasta tal punto por los que han tomado carta de naturaleza, que han permitido a los extranjeros tomar firme posesión de la tierra. (Capítulo IV, Selección natural, o supervivencia de los más aptos, Pág. 96).
Y esto es lo que en realidad importa. No importa el lastre científico que supone dar por explicado cualquier proceso, por complejo que sea, mediante la omnipotente selección natural. No importan las peligrosas manipulaciones (los peligrosos negocios) de los procesos biológicos con la coartada tan poco científica de que se han producido “al azar” y, por tanto, se pueden interferir también “al azar”. Lo importante es que ya no es necesaria una religión para controlar, al menos con un triste consuelo, a los pueblos. Ya ni siquiera eso; el objetivo es convencer a los desheredados de la Tierra de que la Naturaleza, la vida es un infierno, y que el Mundo es para “los más aptos”. Lasciate ogne speranza.
Seguna entrega:
Algunas preguntas que algún día se habrán de responder
La oleada, el tsunami, en la terminología de un colega, ferviente darvinista, comenzó a dar señales de alarma el pasado año, pero en 2009 se va a manifestar con toda su fuerza arrolladora, ante la que no hay tiempo para detenerse a pensar. Prácticamente, no transcurre un día del primer mes del año en el que alguno o todos los grandes medios de comunicación no publique alguna elegía a Charles Darwin “el gran científico y naturalista que, con su gran obra, la teoría de la evolución, sentó las bases de la sociedad y la ciencia moderna”. La inundación de homenajes, conferencias, actos universitarios, exposiciones, libros y hasta una película de Hollywood nos va a obligar a los biólogos que no compartimos esta veneración por el hombre providencial que nos trajo “la verdad”, a buscar un promontorio donde poder encontrar algo de aire fresco; pero también, desde el que podamos continuar enviando desesperados mensajes en una botella.
Esto es lo que pretendo hacer, con tanta obstinación como desesperanza, a lo largo de este año: enfrentarme al tsunami firmemente aferrado al bolígrafo y al mazo de folios (cuyas condiciones de flotabilidad son escasas). Pero no es mi intención convertir esta supuesta serie de escritos en sesudas demostraciones de erudición y menos predicar verdades incuestionables (eso lo hacen los predicadores). Mi intención es compartir con los (supuestos) lectores, en la medida de mis posibilidades, o de mis capacidades, el aspecto fundamental del verdadero trabajo de los científicos: la duda metódica, es decir, “someter las teorías vigentes a un constante análisis crítico” (Declaración de la UNESCO y La Asociación Científica Internacional, 1999), un mandato seguido con tanto entusiasmo como abundantes frutos por disciplinas como la Física, la Química y las Matemáticas pero que, por algún extraño motivo (pero alguno habrá), en el campo de la Biología no sólo parece olvidado, sino que su práctica es perseguida de una forma implacable.
Pero no se sientan abrumados por la labor “científica” que les propongo. Los científicos somos gente bastante normal. Se trata de algo que está al alcance de cualquier persona que disponga de algo de tiempo y una mínima capacidad de reflexión, y más cuando la teoría vigente es tan “sencilla”. Simplemente consiste en observar los hechos y hacerse preguntas. Por ejemplo:
¿No resulta, cuanto menos, intrigante, tan desproporcionado despliegue en los grandes medios de comunicación de alabanzas y homenajes, jamás concedido a ninguno de los grandes pensadores y científicos de la Historia, y más cuando el personaje en cuestión se trata de un naturalista aficionado del Siglo XIX?
¿No parece extraño que en el Siglo XXI, existiendo progresos en la profundización del conocimiento como los aportados por la Mecánica cuántica y la Relatividad todavía existan debates y discrepancias entre los científicos y se busque una teoría unificadora con la (para muchos, incomprensible) Teoría de las Supercuerdas, mientras que en la Biología está todo explicado desde el siglo XIX mediante el poder omnímodo de algo tan simple como el concepto de selección natural?
¿No es difícil de asumir desde una mínima racionalidad que la increíble complejidad de los fenómenos biológicos que comprenden (que deben cumplir) las “leyes” de la Física, la Química y las Matemáticas pero que, además tienen capacidades de autoorganización y reproducción se hayan tenido que producir, obligatoriamente, “al azar”?
¿Se puede encontrar alguna afinidad entre el azar y la competencia gobernados por la selección natural como motor de la Naturaleza y la libre iniciativa y la competencia gobernadas por “la mano invisible del mercado” como rectora de la sociedad? Es decir: ¿Existe algo en común entre “el pensamiento único” económico y “el pensamiento único” biológico?
Y, finalmente (por el momento), si tenemos en cuenta que los descubrimientos recientes (porque han habido más descubrimientos en Biología que en las otras tres disciplinas juntas) han puesto de manifiesto el carácter fragmentario y combinatorio de la información genética (es decir no existe “el gen de” sino secuencias génicas que se combinan, interactúan y se autorregulan), la complejidad indescifrable de los mecanismos que controlan esta información y su interacción con factores ambientales. Si existen decenas (probablemente centenas) de miles de secuencias pertenecientes a virus insertados en nuestros genomas. Si tememos en cuenta que vivimos literalmente inmersos en una inconcebible cantidad de virus y bacterias que cumplen una imprescindible labor de información y control en los ecosistemas… ¿Porqué se mantiene la obsoleta concepción del “gen” como una unidad de información independiente? ¿Porqué se siguen “descubriendo” genes de la obesidad, o de la calvicie, o de la inteligencia o “la proteína del amor”? ¿Porqué las grandes multinacionales farmacéuticas patentan “genes” y proteínas implicados en patologías? ¿Porqué las multinacionales de la “biotecnología” siguen produciendo animales y plantas “transgénicos” introduciendo en sus genomas secuencias ajenas mediante virus y plásmidos? ¿Por qué sigue la lucha implacable, la desestabilización de sus funciones, contra las bacterias y los virus? ¿Por qué el empeño en transmitir a la sociedad que la Naturaleza es un campo de batalla en el que sólo hay sitio para los “más aptos”?
Aquí termina la tarea por hoy. Dejo que el lector (espero que, al menos, uno) extraiga sus propias conclusiones, pero no puedo evitar permitirme adelantarle el trabajo con una pequeña pista: Esta marea de mitologías y verdades reveladas, toda esta enorme confusión ¿a quién beneficia?
Tercera entrega:
FICCIÓN: ENTRE “UN MUNDO FELIZ” Y “LA CONJURA DE LOS NECIOS”
Para la tarea de hoy, partiremos de algunos datos de la entrega anterior, pero analizándolos desde otra perspectiva (también es un mandato de la UNESCO, que parece razonable tener en cuenta) y, para no levantar sospechas sobre la auntenticidad de dichos datos, transcribiré literalmente los comentarios de Roderic Guigo, uno de los participantes en la investigación que ha llevado a cabo el estudio de la máxima resolución obtenida hasta la fecha sobre el control de la información genética, el proyecto ENCODE: “Los genes tienen muchas formas alternativas y un mismo gen puede dar lugar a proteínas distintas dependiendo de cómo se combinen las distintas regiones. Estas regiones del genoma analizadas están muy interconectadas unas con otras, mientras que la idea que tenían hasta el momento los científicos era que los genes estaban claramente delimitados. En el genoma, todo un conjunto de instrucciones dictan cómo son las características de los seres vivos. Los científicos no sabemos muy bien cómo leer esas instrucciones y qué regiones del genoma son las que realmente codifican esas instrucciones”.
Estos son los datos reales de que disponemos. Y ahora, reclamo la atención de mi amigo lector, el científico “freelance”, para que analice conmigo la relación de estos datos con “la verdad revelada”: el darwinismo. La base teórica actual para la explicación de la evolución, la que se enseña en las universidades, es el llamado neodarwinismo o “Síntesis moderna”. El término “moderna” se refiere a los años 30, lo que resulta una denominación muy adecuada, porque este era el espíritu de “las alegres chicas del can-can”. Los conocimientos que, en aquella época, existían sobre genética se basaban en “las leyes de Mendel”, elaboradas sobre deducciones de lo que se podía observar en el aspecto externo de los individuos, ya fuera la piel de los guisantes, el pelo de los ratones o “el pico de viuda” en el Hombre. Se llegó a la conclusión de que cada “gen” era una entidad delimitada situada en los cromosomas como las cuentas de un collar y que producía directamente un carácter con dos alternativas (dominante y recesiva). Unos matemáticos se inventaron (pero eso será otra historia) unas fórmulas basadas en las probabilidades de obtener cara o cruz en una moneda lanzada al aire (infinitas veces, por cierto). Si también te inventas una ligera ventaja para una de las caras (uno de los “alelos”) ¡hop!, con el tiempo ese alelo será único. Habrá sido “seleccionado”. El resto de la evolución sería “cuestión de tiempo”, como afirma F. J. Ayala, el más prestigioso y galardonado estudioso y docente vivo de la “Genética de poblaciones”.
Pero hay otra versión mas “moderna” y fantasiosa del darwinismo (porque los darwinistas utilizan distintas versiones adecuadas para explicar cada caso, y cuando no se encuentra una explicación es, simplemente, “porque ha sido seleccionado”). Me refiero a la “teoría” del “Gen egoísta”, del también prestigioso zoólogo Richard Dawkins, que ahora ocupa en Oxford la “Cátedra Simony para la comprensión pública de la Ciencia”, un puesto creado ex profeso para él. Según ésta, la unidad de evolución es “el gen”, y los organismos somos “máquinas de supervivencia” creadas por nuestros genes para competir con otros genes y propagarse debido a su carácter “egoísta”. Según la sentencia de Dawkins “Toda máquina de supervivencia es para otra máquina de supervivencia un obstáculo que vencer o una fuente que explotar”. Aquí, podría continuar: “Analicemos la frase”, pero no creo que merezca la pena, porque tenemos otra tarea: ¿Cómo encajan los datos reales con las concepciones darvinistas sobre “el gen”? ¿Porqué en los grandes medios de comunicación y en las revistas científicas se anuncian constantemente las grandes ventajas que nos van a proporcionar las manipulaciones y cambios de genes y los grandes avances de la industria biotecnológica? ¿Porqué nuestros científicos más prestigiosos afirman que cambiar genes “es algo trivial” o que cambiando nuestros genes conseguiremos vivir 200 años, o que podremos seleccionar las características de nuestros hijos, o que conseguiremos crear “gente más inteligente y productiva? ¿A quienes se los pretendían cambiar? ¿A toda la Humanidad o a los que pudieran pagarlo?
Una vez respondidas las preguntas, pasemos al desarrollo del siguiente tema (disculpe el lector, pero no puedo evitarlo. Son muchos años): Los periodistas científicos (o los científicos periodistas) que trabajan para los grandes medios de comunicación no se cansan, durante lo que llevamos de año, de exaltar la fecha histórica para la Humanidad del aniversario de Darwin con valoraciones de sus aportaciones científicas, datos biográficos y titulaciones, digamos que “poco precisas”. Pero tampoco de transmitir al público la idea de que no existe debate científico en torno al darwinismo y que el único debate existente es contra los creacionistas, por lo que cualquier crítica al darwinismo (que identifican torticeramente con “la evolución”) es sospechoso de estar dirigido por unas ideas creacionistas más o menos encubiertas. Tampoco se cansan de seguir alabando los grandes logros de la iniciativa privada en los progresos de la biotecnología y nos auguran grandes beneficios futuros. Las preguntas de este tema son: ¿Se trata de una falta de actualización sobre los conocimientos científicos? ¿Desconocen los datos reales más recientes? Si no es así ¿Cuál puede ser el motivo de estas “informaciones”?
Pregunta para nota: Sin recurrir a documentación, deducir a qué se dedican últimamente de modo exclusivo las actividades y conferencias relacionadas con la evolución de Dawkins y Ayala.
Cuarta entrega:
La propaganda como método científico
“Una mentira es como una bola de nieve; cuanto más rueda, más grande se hace”
Martin Luther King
Repetida adecuadamente, una mentira, por grande que sea, acaba por convertirse en verdad, como bien sabían Goebbels y su jefe, por cierto, ferviente darwinista. Y, precisamente, es difícil encontrar un personaje histórico sobre el que, en tan sólo ciento cincuenta años, se haya tejido una red de mitificaciones, medias verdades y mentiras completas mediante el método de repeticiones de frases hechas a modo de “jaculatorias”, como el de Charles Darwin.
Pero vayamos por partes, como decía “Jack el destripador”. Para compartir con el lector, a partir de ahora, una mínima base para saber de qué estamos hablando, va a ser conveniente aplazar por un tiempo la labor “científica” para hacer unas pequeñas incursiones en la Historia, una disciplina que tiene mucho que aportar a los científicos, especialmente en lo que respecta al concepto de interpretaciones “objetivas”. Por ejemplo, entre la historia de Felipe II escrita por un inglés y la escrita por un español, es probable que existan distintas “objetividades”. Pues bien, vamos a ver algunos datos históricos sobre “la teoría de la evolución” elaborada desde “el continente”, que no es mejor ni peor que la elaborada en “La isla”, pero sí algo diferente.
Aunque las ideas y las investigaciones sobre la evolución son antiguas, el primer tratado dedicado íntegramente a la evolución, en este caso con la idea explícita de que una teoría evolutiva es la base teórica de la Biología, fue “Filosofía (teoría) zoológica” (1809) del científico francés Jean Baptiste de Monet, Caballero de Lamarck, profesor de la Sorbona. Sus ideas, (sobre las que habrá que volver), expuestas en su libro de una manera estructurada y metódica, eran asombrosamente avanzadas para su época, pero su concepción más general, que nuestros “maestros” se han encargado de satirizar con el manido ejemplo del cuello de la jirafa, era la de la capacidad de respuesta de los organismos al ambiente (algo sobre lo que también habremos de volver). En la primera mitad del siglo XIX, las investigaciones sobre la evolución proliferaron, especialmente en Francia y Alemania. Cuvier y su “Recherches sur les ossements fósiles de cuadrúpedes” (1812), en el que ponía de manifiesto la discontinuidad del registro fósil (no por “creaciones divinas, como se le suele atribuir). Geoffroy Saint-Hilaire con el “Cours de l’Histoire Naturelle des Mammiferes” (1829), con sus experimentos sobre cambios inducidos en el desarrollo mediante embriones de pollo, Fréderic Gérard con su “Theorie de l’evolution des formes organiques”, publicada en el Diccionario Universal de Historia Natural (París, 1841-49), en la que hacía una perfecta distinción entre los cambios “microevolutivos” y la “macroevolución”. Incluso, desde 1850 se convocaban concursos sobre estudios paleontológicos: en 1856, la Academia de las Ciencias de París otorgó el premio al paleontólogo alemán Henrich-Georg Bronn por su informe “Investigaciones sobre las leyes de la evolución del mundo orgánico durante la formación de la corteza terrestre”. Todas estas investigaciones estaban muy bien encaminadas científicamente, pero estaban circunscritas al ámbito académico.
El 24 de Noviembre de 1859 se publicó en Londres el que ha sido calificado como “el primer best seller de la literatura científica”. Su autor, un victoriano acomodado aficionado a la naturaleza, Charles Robert Darwin (sobre cuya biografía épica volveremos más adelante). El día de su publicación se vendió la edición completa de 1250 ejemplares y una segunda edición de 3000 se agotó en una semana. En pleno auge de la revolución industrial y la expansión colonial británica, con duras repercusiones sobre sus víctimas, quizás su título nos pueda orientar sobre semejante éxito social: “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”. Pero también pueden ser muy ilustrativos en este sentido los dos conceptos que según él, constituían la base fundamental de sus argumentos “científicos”; especialmente, la “lucha por la vida” que el pastor anglicano Robert Malthus, discípulo de Adam Smith, aplicaba a la sociedad inglesa en su poco filantrópico libro “Estudio sobre el principio de población”. De hecho, Darwin afirma en su libro que su teoría “es la doctrina de Malthus aplicada con multiplicada fuerza al reino animal y vegetal”. El otro pilar fundador pertenecía al libro “La estática social” del filósofo social y economista Herbert Spencer, según el cual “Las civilizaciones, sociedades e instituciones compiten entre sí, y sólo resultan vencedores aquellos que son biológicamente más eficaces”. La aplicación de esta concepción a la Naturaleza, la explica Darwin de la siguiente manera: “He llamado a este principio por el cual se conserva toda variación pequeña, cuando es útil, selección natural para marcar su relación con la facultad de selección del hombre. Pero la expresión usada a menudo por Mr. Herbert Spencer, de que sobreviven los más idóneos es más exacta, y algunas veces igualmente conveniente”.
En cuanto a la única creación de su propia cosecha, la selección natural, dejemos que él mismo nos explique en su autobiografía la gestación de este “descubrimiento”: consistió en la lectura, durante lo que describe como el período de trabajo más intenso de mi vida (“Autobiografía”, pág. 66) de textos especialmente en relación con productos domesticados, a través de estudios publicados, de conversaciones con expertos ganaderos y jardineros y de abundantes lecturas.
El afianzamiento de semejante explicación “científica” de la Naturaleza, las narraciones épicas sobre el personaje, el ocultamiento y la tergiversación de los verdaderos precursores, instauradas sobre la hegemonía científica y cultural anglosajona, resultarían lagos de argumentar y documentar aquí (tiempo habrá), pero podemos adelantar une especie de resumen con la recomendación, con todo el aspecto de una orden que George Gaylord Simpson escribía en la revista Science en 1966 sobre la actitud que debían adoptar los científicos sobre los precursores del estudio de la evolución: “Deseo insistir ahora en que todos los intentos efectuados para responder a este interrogante antes de 1859 carecen de valor, y en que asumiremos una posición más correcta si ignoramos dichas respuestas por completo”. Y la orden ha sido cumplida hasta el extremo de “borrar” la Historia. Así comienza F. J. Ayala un reciente artículo en PNAS: “La gran contribución de Darwin a la ciencia es que completó la Revolución Copernicana al llevar a la biología la noción de la naturaleza como un sistema de materia en movimiento gobernada por leyes naturales”.
Y esta es la formación que los biólogos recibimos de nuestros “maestros”. Porque los libros en que adquirimos nuestra formación son en inglés. Las revistas en que hemos de publicar nuestros trabajos han de ser en inglés, si queremos que sean valorados. Incluso la forma de analizar los datos, la forma de ver la realidad, la forma de pensar, ha de ser “en inglés”. Porque tanto las bases conceptuales del darwinismo, como la “inexistencia” de lo ajeno son la más pura manifestación de muy arraigados principios y valores culturales.
Creo sinceramente que no se puede culpar a los biólogos de esta confusión. Hemos sido formados así. La actividad investigadora es, siguiendo los cánones anglosajones, de una competencia feroz. Cada especialista está encerrado en su tema sin tiempo para documentarse. Sólo para aplicar a sus investigaciones lo que les han enseñado.
Lo que sí resulta algo molesto para los que hemos renunciado a la competencia para dedicarnos a intentar comprender el origen de esta enorme confusión, es cuando pontifican sobre su doctrina, repitiendo como un mantra lo que sus “maestros” les han enseñado.
Quinta entrega
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“Recién graduado en Cambridge, con 22 años, un jovencísimo Charles Darwin se embarcó como naturalista sin sueldo a bordo del bergantín HMS Beagle, en un viaje que duraría cinco años (1831-1836). La obra científica de Darwin tiene como punto esencial su visita a las islas Galápagos. Su estancia en 1835, cumplió con un papel fundamental en la gestación de la teoría de la evolución”.
Este párrafo se podría considerar una “frase publicitaria-tipo” de las típicas introducciones a las “hagiografías” de Darwin que aparecen en toda clase de artículos periodísticos, presentaciones de congresos y homenajes e introducciones a “la Teoría de la evolución”, aunque si repasamos la totalidad de estas narraciones lo que nos encontramos es con una especie de enorme “slogan”. La coincidencia de las narraciones (aunque a veces se escapa algún “gazapo”) y, muchas veces, el prestigio de los firmantes de estos escritos resulta muy convincente para el lector profano en la materia, que no es consciente de que se trata de una historia acrisolada por copias de copias que se remontan a la creación “oficial” de la figura mitológica que trajo “la verdad” al Mundo. La tarea de desvelar la farsa resulta algo desalentadora frente a tan enorme capacidad de adoctrinamiento. Por eso resulta tan gratificante compartirla con el lector. Comencemos por el principio:
Darwin se graduó, efectivamente, en Cambridge, pero en Teología (concretamente “subgraduado” en Teología con el número diez de su promoción), con la idea de ejercer de pastor de la Iglesia anglicana. La calificación de “naturalista sin sueldo” hace pensar en una especie de “joven becario”, pero lo cierto es que la propuesta del viaje partió de su mentor en Cambridge, el reverendo J. S. Henslow, que escribió a Darwin: “El Cap. F. busca un hombre (por lo que tengo entendido) más para compañero de viaje que como simple coleccionista”. Porque el naturalista titular del Beagle se llamaba Robert Mc Cormick. Darwin se embarcó con un criado, abundante dinero y cuentas abiertas en las principales ciudades en las que se hizo escala. La competencia de Darwin, que podía reclutar a un considerable número de “nativos” para sus recolecciones de “especímenes” y los desprecios del capitán, por la condición plebeya de Mc Cormick, exasperaron al naturalista oficial del Beagle, que abandonó el barco en Río de Janeiro.
En cuanto a la “gestación de la teoría de la evolución”, también tiene otra historia: Darwin no volvió del viaje del Beagle con ninguna idea formada sobre evolución, a pesar de que leyó el libro de Lamarck, según nos cuenta en su autobiografía. Los famosos “pinzones de Darwin”, “la clave del descubrimiento de la evolución”, pasaron desapercibidos para él, que los consideró gorriones, entre su desordenada colección de pájaros y mamíferos hasta que los estudió el taxonomista de la Sociedad Zoológica de Londres, John Gould, que tuvo que recurrir para ello a la mejor ordenada colección del capitán Fitzroy. La verdadera clave de su concepción “evolutiva” la narra él mismo en su autobiografía: “En Octubre de 1838, esto es, quince meses después de haber comenzado mi estudio sistemático, se me ocurrió leer por entretenimiento el ensayo de Malthus sobre la población y, como estaba bien preparado para apreciar la lucha por la existencia que por doquier se deduce de una observación larga y constante de los hábitos de animales y plantas, descubrí enseguida que bajo estas condiciones las variaciones favorables tenderían a preservarse, y las desfavorables a ser destruidas. El resultado de ello sería la formación de especies nuevas. Aquí había conseguido por fin una teoría sobre la que trabajar”. Porque también hay que aclarar que lo que realmente estaba “descubriendo” Darwin no era “la evolución” (estudiada hacía un siglo por los científicos en distintas universidades), sino el origen de las especies, es decir, que una especie se puede transformar en otra. El término “evolución” no aparece hasta la sexta edición de su libro, a sugerencia de Huxley, que estaba mejor informado. Pero aún tardó un tiempo en convencerse, y así se lo confiesa a su protector J. Hooker en una carta fechada el 11 de Enero de 1844 (ocho años después de su regreso del famoso viaje del “Beagle”): Por fin ha surgido un rayo de luz, y estoy casi convencido (totalmente en contra de la opinión de que partí) de que las especies no son (es como confesar un asesinato) inmutables.
Lo que produce una sensación penosa es el fervor con que nuestros más consagrados apologistas se emplean en el cultivo de la confusión. Para los biólogos de origen anglosajón no parece existir la necesidad de falsear la verdadera condición y las ideas de Darwin. Al fin y al cabo, forman parte de las bases de su cultura, y Darwin es su gran figura histórica. Pero para el mundo hispano necesita de una “traducción”. Por ejemplo: Con motivo del famoso bicentenario, la revista Scientific American publicó el artículo “Darwin Legacy” firmado por Gary Styx, cuyo comienzo era: “A Victorian amateur undertook a lifetime pursuit of slow, meticulous observation…” En la versión española de esta revista, Investigación y Ciencia, el mismo artículo, “El legado de Darwin”, con las mismas ilustraciones y el mismo autor comienza de esta forma: “Hace 150 años, un naturalista victoriano que había dedicado su vida a observar meticulosamente la naturaleza…”
Y así, en la competición de panegíricos que se ha desatado, las calificaciones de “gran científico”, “revolucionario”, “incomprendido en su tierra”, “profundamente preocupado por la justicia”… nos lo procuran presentar de una forma, se supone, que más adecuada a nuestros gustos. Una especie de rebelde. De luchador contra las ideas establecidas. Algo tan alejado de la realidad como el concepto de “la mano invisible del mercado”. Pero esa es otra historia…
Sexta entrega
LOS CUENTOS DARWINISTAS Y EL PRINCIPIO DE AUTORIDAD
Los grandes hombres fingen ser sabios
y hablan demasiado alto, como los sordos.
Bertolt Brecht
El tema de esta “entrega” estaba previsto para más adelante, con el fin de narrar la historia que nos ocupa según un orden más o menos cronológico. Pero no tengo paciencia para esperar a transmitir al lector una información tan esclarecedora sobre la verdadera condición de Darwin como la que sigue.
Entre el incontenible derrame de quimeras con respecto al personaje que nos ocupa, destacan con luz propia algunos de los adornos complementarios con que se nos ha presentado su figura. La de “un gran científico” en el que destacaban “su decencia y ansia de justicia” así como su “rigor intelectual”. Sin duda, estas afirmaciones emitidas por las más altas autoridades en la materia resultarán muy convincentes para el desprevenido lector. Pero posiblemente se sorprendería si tuviera información sobre las fuentes originales de estas verdades. Por la machacona repetición literal de frases hechas en “las historias sobre la Historia” de los darvinistas se podría aventurar que podrían estar copiadas literalmente de las narraciones “oficiales” que figuran en los textos canónicos sobre “la” teoría de la evolución. De hecho, he podido comprobar directamente que artículos y conferencias sobre “la revolución darvinista” de los más prestigiosos especialistas en el tema son una especie de traducción del inglés de la introducción convencional de un libro de evolución. Pero la habitual condición del autor de “Archiprócer del esplendor” o similares le dota de una autoridad indiscutible. Sin embargo, los que no tenemos la ventaja de que la autoridad nos conceda un crédito incuestionable, no tenemos más remedio que apoyar nuestros argumentos de alguna forma. Y en este caso, consiste en una estrategia tan inconcebible como revolucionaria: ¡Leer los libros de Darwin! Porque los encendidos elogios sobre su obra sólo pueden explicarse por el absurdo de que hablen de ella sin haberla leído. Hay otra alternativa. Pero es peor.
La historia oficial que se narra para resaltar el “ansia de justicia” de Darwin es la, mil veces repetida, de su pesar al contemplar el maltrato a un esclavo en Brasil durante su viaje del Beagle. Sin embargo, parece una base un tanto limitada para elaborar, a partir de ella, toda una saga. Acerquémonos, pues, a los pensamientos de Darwin mediante un método que parece más fiable: leer los que él mismo plasma en su segunda gran obra, “The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex” traducida como “El origen del hombre”. No creo necesario analizar o glosar los textos que siguen porque supongo al lector capacitado para valorarlos por sí mismo.
La presencia de un cuerpo de hombres bien instruidos que no necesitan trabajar materialmente para ganar el pan de cada día, es de un grado de importancia que no puede fácilmente apreciarse, por llevar ellos sobre sí todo el trabajo intelectual superior del que depende principalmente todo progreso positivo, sin hacer mención de otras no menos ventajas. Entre éstas, hay algunas no despreciables: Los ricos por derecho de primogenitura pueden, de generación en generación, elegir las mujeres más hermosas, las más encantadoras, dotadas por lo general de bienes materiales y de espíritu superior. Pero, este “espíritu superior” hay que considerarlo en proporción al nivel de las mujeres, ya que, Está generalmente admitido que en la mujer las facultades de intuición, de rápida percepción y quizá también las de imitación, son mucho más vivas que en el hombre; mas algunas de estas facultades, al menos, son propias y características de las razas inferiores, y por tanto corresponden a un estado de cultura pasado y más bajo. / … / Por consiguiente podemos inferir de la ley de la desviación de los tipos medios – tan bien expuesta por Galton en su obra sobre “El Genio hereditario” – que si los hombres están en decidida superioridad sobre las mujeres en muchos aspectos, el término medio de las facultades mentales del hombre estará por encima del de la mujer.
En cuanto a los trabajadores y los pobres, que él denominaba las clases entragadas a la destemplanza, al libertinaje y al crimen su concepción “científica” era la siguiente: Con respecto a las cualidades morales, aun los pueblos más civilizados progresan siempre eliminando algunas de las disposiciones malévolas de sus individuos. Veamos, si no, cómo la transmisión libre de las perversas cualidades de los malhechores se impide o ejecutándolos o reduciéndolos a la cárcel por mucho tiempo. Porque, como señala a continuación: En la cría de animales domésticos es elemento muy importante de buenos resultados la eliminación de aquellos individuos que, aunque sea en corto número, presenten cualidades inferiores. /…/ Mas en estos casos parecen ser igualmente hereditarios la aptitud mental y la conformación corporal. Se asegura que las manos de los menestrales ingleses son ya al nacer mayores que las de la gente elevada. Aquí me voy a permitir interrumpir estas apasionantes “aportaciones científicas” para señalar que Darwin acrecentó sus considerables rentas de origen paterno y las de su prima y esposa, con la que se casó tras un meticuloso cálculo de las rentas que le correspondía, con la actividad de prestamista para los pobres. Una actividad que, según los historiadores que han cometido el pequeño desliz de documentarlo, eran “muy comunes” entre los victorianos acomodados, lo que quiere decir que no era “general”, porque posiblemente, entre ellos habría personas “decentes” que tuvieran escrúpulos sobre la práctica de semejante vileza, y más, teniendo en cuenta la situación de los pobres de la época.
Para finalizar (por el momento), pasemos a su otra gran aportación, a la de “situar al Hombre en su lugar en la naturaleza”: Llegará un día, por cierto, no muy distante, que de aquí allá se cuenten por miles los años en que las razas humanas civilizadas habrán exterminado y reemplazado a todas las salvajes por el mundo esparcidas / ... / y entonces la laguna será aún más considerable, porque no existirán eslabones intermedios entre la raza humana que prepondera en civilización, a saber: la raza caucásica y una especie de mono inferior, por ejemplo, el papión; en tanto que en la actualidad la laguna sólo existe entre el negro y el gorila.
Sería necesario un largo tratado para glosar “el rigor intelectual” de este libro (y merecerá la pena volver sobre él), lo que resulta divertido es cuando se mencionan aportaciones como éstas a alguno de los devotos: la respuesta suele ser “que era la forma de pensar de la época”, lo que es otra falacia, porque en esa época había personas que pensaban de una formas muy diferente. Pero teniendo en cuenta la condición de “hombre providencial que trajo La Verdad” a que se ha elevado a Darwin, no perece muy fructífero enfrascarse en un debate con sus creyentes. Lo que me permitiría recomendar al lector (y, con el debido respeto, a las autoridades que nos aleccionan) es que se tomaran la molestia de leer sus libros.
FUENTE: Darwin, Ch.R. (1871): “The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex”. Versión española: “El Origen del Hombre”. Ediciones Petronio. Barcelona. 1973.
Séptima entrega
Sobre el origen del desastre
“Al principio de mis observaciones me parecía probable que un cuidadoso estudio de los animales domésticos y de las plantas cultivadas ofrecería la mejor probabilidad de aclarar este oscuro problema. Y no anduve equivocado; en éste y en todos los demás casos de perplejidad he encontrado invariablemente que nuestro conocimiento, por imperfecto que sea, de la variación por medio de la domesticidad, daba el mejor y el más seguro norte. Yo osaría expresar mi convicción del alto valor de estos estudios, aunque hayan sido muy comúnmente descuidados por los naturalistas”.
(Charles Darwin, Introducción a “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”).
Imagine el lector que, un día, las investigaciones sobre la Naturaleza conducen al descubrimiento de que los fenómenos que componen la vida, desde las células, los órganos y tejidos, los organismos, las especies y los ecosistemas, hasta la totalidad del ecosistema global que constituye la Tierra, están organizados en sistemas jerárquicos e interconectados cuyas propiedades y, por tanto su evolución responden a conceptos como la Teoría General de Sistemas. Imagine que se comprueba que los seres vivos corresponden a las características de los llamados "sistemas organísmicos u homeostáticos", capaces de ajustarse (adaptarse) a los cambios externos e internos y están organizados en subsistemas que conforman sistemas de rango mayor. Y que se llega a la conclusión de que estos sistemas complejos adaptativos son muy estables y no son susceptibles a cambios en su organización porque cualquier cambio en una parte del sistema provoca ineludiblemente cambios correlativos en otras partes hasta lograr un nuevo tipo de estabilidad dinámica, pero ante un desequilibrio suficientemente grave, su respuesta puede tomar dos caminos: un derrumbe catastrófico o un salto en el nivel de complejidad porque los sistemas complejos tienen tendencia a generar patrones de comportamiento global. Y que el gran “macrosistema” que constituye la Tierra está formado por una compleja red que relaciona todos sus componentes, y que todos son necesarios para su funcionamiento. Que la vida se desarrolla en medio de unas continuas y estrechas interacciones de los organismos entre sí y con el entorno. Ahora, un esfuerzo más, para imaginar que todo esto lleva a la concepción de que la evolución es una propiedad intrínseca a la vida, que se produce como algo inevitable, como consecuencia de estas características. Sería muy bonito pensar que la Naturaleza es tan hermosa, tan impresionante como les parece a las personas que no tienen “formación” en Biología.
Pero no merece la pena que se esfuerce más. Estos serán posibles descubrimientos del siglo veinte o veintiuno. Así que regresemos a nuestra época: “El libro del que nace toda la Biología moderna”, ha sido propuesto para el galardón de “Libro del Milenio”, y su autor es considerado por las autoridades científicas como “un genio comparable a Einstein y los padres de la mecánica cuántica” o “la más alta cumbre del pensamiento humano”, entre otros calificativos no menos laudatorios. Lo que resulta pasmoso es comprobar que se ha creado un personaje mitológico del que se narran las más íntimas anécdotas vitales y hacia el que se ha instaurado una veneración que jamás se ha concedido a ningún otro de los grandes científicos o pensadores de la Historia, porque lo que se conoce de ellos es lo que realmente importa: su obra. Y sin embargo, “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”, debe de ser el libro menos leído de todos los “textos fundamentales de nuestra cultura”. Es más, he podido constatar que mis colegas más fervientemente darwinistas no han leído directamente a Darwin. Tienen bastante con lo que les han contado en los libros sobre él. También es cierto que las autoridades en la materia no parecen mostrar un gran entusiasmo en promover su lectura. Veamos, por ejemplo, cómo nos la recomienda el prologuista de la edición española más accesible (“El origen de las especies”, AKAL, 1998): “¿Cómo se puede leer este libro? Casi todos (?) los libros bien escritos, y éste lo es, suelen leerse desde el principio hasta el final. Pero también caben otras opciones que para algunos son más alentadoras. Puede leerse la introducción, que es un buen extracto tanto del propósito de la obra como de la explicación que se sugiere para el origen de las especies. Puede el lector pasar al último capítulo de Recapitulación y Conclusión, que ofrecerá una nueva explicación más detallada y previamente justificada”. Tras otra posibilidad, que consiste en leer sólo los resúmenes, finaliza las “instrucciones de uso” con una desganada opción: que se lea completo (curiosa forma, por cierto, de leer un libro “fundacional”) con un imperativo “¡léelo!” que, después de lo recomendado, produce la impresión de estar emitido con un hilo de voz. Sigamos pues, las instrucciones. Pero como limitarnos a la introducción (cuyo contenido fundamental ya ha sido transcrito) parece una renuncia a enriquecernos con sus geniales ideas, llegaremos hasta el primer capítulo y dejaremos para más adelante la lectura de su parte “menos recomendable”.
“Capítulo primero. Variación en estado doméstico.
Causas de la variabilidad. Cuando comparamos los individuos de la misma variedad o subvariedad de nuestras plantas desde hace mucho tiempo cultivadas y de nuestros animales domésticos más antiguos, uno de los primeros puntos que nos extraña es que generalmente difieren más unos de otros que los individuos de cualquier especie o variedad en estado natural. Y si reflexionamos sobre la vasta diversidad de plantas y animales que han sido respectivamente cultivadas y domesticados y que han variado durante todas las edades bajo la influencia de los climas y tratamientos más diferentes, nos vemos obligados a concluir que esta gran variabilidad es debida a que nuestras producciones domésticas se han formado en condiciones de vida menos uniformes y en algún tanto diferentes de aquellas a las cuales ha estado expuesta la especie madre en la naturaleza. Hay también alguna probabilidad en la opinión adelantada por Andrew Knight, de que esta variabilidad pueda tener alguna conexión con el exceso de alimento”. Etc.
“Efectos del hábito y del uso y desuso de las partes. Variación correlativa.- Herencia. Hábitos cambiados producen un efecto heredado, como el período de florecimiento de las plantas cuando se las transporta de un clima a otro. En cuanto a los animales, el uso o desuso de las partes ha tenido una influencia más marcada; así, encuentro en el pato doméstico que los huesos del ala pesan menos y los huesos de la pata más en proporción a todo el esqueleto, que lo que pesaban los mismos huesos del pato salvaje; y este cambio puede atribuirse sin riesgo de equivocarse, a que el pato doméstico vuela mucho menos y anda más que sus salvajes padres. El grande y hereditario desarrollo de las ubres en vacas y cabras en países donde habitualmente se las ordeña, en comparación con estos órganos en otros países, es, probablemente, otro caso de los efectos del uso. No puede nombrarse uno sólo de nuestros animales domésticos que no tenga en algún país las orejas lacias, y la opinión que se ha sugerido, de que este caimiento es debido al desuso de los músculos de la oreja, porque los animales rara vez se alarman mucho, parece la más probable”. Etc.
“Carácter de las variedades domésticas; dificultad de la distinguir entre variedades y especies; origen de las variedades domésticas de una o de varias especies. Si examinamos las variedades hereditarias o razas de nuestros animales y plantas domésticos, y las comparamos con especies íntimamente próximas, descubrimos generalmente en cada raza doméstica, como ya lo he notado, menos uniformidad de carácter que en las verdaderas especies . Las razas domésticas tienen con frecuencia un carácter algún tanto monstruoso; por lo cual entiendo que, aunque se diferencian unas de otras y de las demás especies del mismo género en algunos rasgos insignificantes, difieren a menudo en un grado extremo en algún punto cuando se las compara unas con otras, y más especialmente cuando se las compara con la especie en estado natural, de la que son más próximas”. Etc.
“Castas de la paloma doméstica: sus diferencias y su origen. Creyendo que es siempre mejor estudiar algún grupo especial, después de de reflexionarlo, he ocupado mi atención con las palomas domésticas. He conservado toda casta que me era posible comprar u obtener y he sido amabilísimamente favorecido con pieles de varias partes del mundo, mas especialmente por el Honorable W. Eliot, de la India, y por el Honorable C. Murray, de Persia. Muchos tratados en diferentes lenguas se han publicado sobre palomas, y algunos de ellos son muy importantes, por su antigüedad considerable. Me he asociado con algunos eminentes aficionados y se me ha permitido entrar en dos de los clubs de palomas de Londres”. Etc., etc.
Pasemos, siguiendo las instrucciones, al capítulo final: La aportación “científica” de sus descubrimientos la valora el autor como sigue en su Recapitulación: “Un campo grande, y casi virgen de investigaciones quedará abierto sobre las causas y leyes de la variación, la correlación, los efectos del uso y el desuso, la acción directa de las condiciones externas, etc., etc. El estudio de las producciones domésticas subirá inmensamente en importancia. /.../En el porvenir veo campos abiertos para investigaciones mucho más importantes. La psicología se basará, seguramente, sobre los cimientos establecidos por Mr. Herbert Spencer, los de la adquisición necesaria por gradación, de cada facultad y capacidad mental. Mucha luz se derramará entonces sobre el origen del hombre y de su historia”. Esta última frase (sobre la anterior ya volveremos) ha sido interpretada (“se los juro”) por una autoridad académica como “idea precursora de la neurobiología”. Pero veamos sus conclusiones finales: “Estas leyes, tomadas en un sentido más amplio, son crecimiento con reproducción; herencia que casi va implícita en la reproducción; variabilidad, resultado de la acción directa e indirecta de las condiciones de vida y del uso y desuso; aumento en una proporción tan alta, que conduce a una lucha por la existencia, y como consecuencia, a la selección natural, la cual trae consigo la divergencia de carácter y la extinción de las formas menos mejoradas Así, es consecuencia directa de la guerra de la naturaleza, de la escasez y la muerte, el objeto más elevado que somos capaces de concebir, a saber; la producción de los animales superiores”. Aquí no hay más remedio que proponer: Analicemos la frase (me refiero al lector junto conmigo): El, ya a estas alturas escamado lector, se preguntará: “Si, según este señor, la variabilidad de los organismos está causada por la acción directa e indirecta de las condiciones de vida y del uso y el desuso, ¿qué puñetas (o carámbanos, a elegir) “selecciona” la selección natural? ¿Cual es exactamente su aportación al conocimiento de la evolución?”. Tal vez lo descubra en las frases finales del libro: “A juzgar por el pasado, sin riesgo podemos inferir que ni una sola especie viva transmitirá su semejanza inalterada a un porvenir distante. /.../ Por esto podemos mirar con alguna confianza a un porvenir seguro de gran duración. Y como la selección natural obra solamente por y para el bien de cada ser, todos los atributos corpóreos y mentales tenderán a progresar hasta la perfección. /.../ Hay grandeza en esta opinión de que la vida, con sus diversas facultades, fue infundida en su origen por el Creador en unas pocas formas o en una sola; y que mientras este planeta, según la determinada ley de la gravedad, ha seguido recorriendo su órbita, innumerables formas bellísimas y llenas de maravillas se han desenvuelto de un origen tan simple, y siguen siempre desenvolviéndose”.
Quizás le parezca algo abusivo al lector que le proponga otro esfuerzo de su imaginación, porque sería más adecuado documentar los siguientes argumentos, pero tempo habrá: Imagine ahora el lector que las investigaciones de “los naturalistas” (es decir de los científicos) de la primera mitad del Siglo XIX, hubieran llevado a una idea de la Naturaleza basada precisamente en el estudio de la Naturaleza. Que sus aportaciones, lógicamente limitadas por los conocimientos de la época, estuvieran en el camino adecuado para llegar a conclusiones como las que hemos visto en el inicio de este escrito. Ahora no es necesario que imagine nada. Simplemente que reflexione sobre las consecuencias que ha tenido (que está teniendo) una concepción científica, elaborada sobre semejantes argumentos, que considera el fenómeno de la vida como algo sórdido, una Naturaleza en la que no hay cabida para todos y poblada por individuos egoístas (que sólo buscan “su propio interés”). Como una constante competición entre los organismos en la que la relación con el ambiente está dirigida por cambios al azar y en la que sólo los “más aptos” tienen el derecho a la vida. Y que recuerde las consecuencias que ha tenido para la Humanidad la concepción determinista derivada de esta visión, según la cual los individuos, los pueblos, las naciones, llevan sus características, sus virtudes y sus defectos grabados en sus “genes”. ¿Cómo calificaría la aparición de “la obra de la que nace toda la Biología moderna”?
Octava entrega
¿CONTROL HIPNOPÉDICO?
"La ciencia es peligrosa; hemos de tenerla cuidadosamente encadenada y amordazada."
Aldous Huxley. “Un mundo feliz”
Como tengo la impresión de que en las últimas entregas he podido abusar de la capacidad de imaginación de mi amigo el lector, intentaré darle un respiro. En este caso, voy a ser yo el que de rienda suelta a la imaginación para premiar a mi amigo por su paciencia con una especie de entretenimiento. Unas disquisiciones inconexas con las que pasar el rato, pero a las que no se debe conceder demasiado crédito.
Primera disquisición: Algunas características del “Mundo feliz” en el año 700 después de Ford: Los miembros de esa sociedad se hacen “in Vitro”, por manipulación genética, fabricados en serie. La sociedad está dividida en castas, en orden de categoría (que implica inteligencia, habilidades, capacidad emocional, atractivo físico, etc.). Esas castas son: Los Alfa, que son los individuos más inteligentes, y su papel consiste en ocupar cargos de dirección en la “tecnópolis”. La casta siguiente son los Beta, que también cuentan con una inteligencia avanzada, pero menos que la de los Alfa. Su trabajo consiste en hacer tareas complicadas, pero que no requieren tanta agudeza como las de los Alfa. Los siguientes, los Gammas, no son muy inteligentes, y su misión es normalmente realizar trabajos cualificados de un nivel medio. En cuarto lugar se encuentran los Deltas, individuos de escasa inteligencia que son mano de obra en fábricas y apenas se interesan por ningún asunto. Por último se encuentran los Epsilones, humanos estúpidos con inteligencia casi animal y sin capacidad alguna de razonar que realizan las tareas más sencillas en la comunidad: servir a las demás castas y los trabajos más degradantes. La diversión y el tiempo de ocio de los ciudadanos están controlados, así como las creencias por medio del “control hipnopédico”, para el que hay especialistas en “frases hipnopédicas”: "Sesenta y dos mil cuatrocientas repeticiones hacen una verdad."
Segunda disquisición: Algunos datos históricos: Thomas Henry Huxley y Sir Joseph Dalton Hooker, los protectores de Darwin y principales responsables de la consagración científica de éste, eran, al igual que el propio Darwin y Sir Francis Galton, primo de éste, eugenistas. Galton, convencido, al igual que Darwin, de la herencia tanto de las virtudes como de los vicios, promueve una eugenesia "positiva", es decir, a través de matrimonios selectivos privilegiando aquellos entre los elementos más inteligentes de la sociedad. El paso de la eugenesia "positiva" a la "negativa", es decir, la prohibición de reproducirse de los débiles y los imperfectos, es postulado por Leonard Darwin (1850-1943), hijo de Charles y sucesor de Galton en la dirección de la Sociedad Eugenésica, que el mismo Galton había fundado en 1907. Estas tesis del uso de la fuerza para impedir la reproducción de los genes "inadecuados" tienen su aplicación hasta fechas muy recientes en distintos momentos y diferentes países de los que hablaremos más adelante. Pero siguiendo con nuestra historia, Huxley y Hooker, junto con algunos personajes poderosos del mundo de la ciencia, fundan el X-Club, que fue criticado por ejercer un excesivo control sobre la ciencia de su época (Huxley y Hooker fueron los fundadores de la revista Nature). El X-Club se desvaneció en la sombra, al menos aparentemente, a la muerte de los fundadores, pero las sociedades eugenésicas y sus intenciones han seguido en pie, a veces bajo nombres que no se asocian a sus actividades y apoyadas por fundaciones cuyas denominaciones suenan a dinero. El de los apellidos representantes de las grandes fortunas mundiales.
Tercera disquisición: Los proyectos para el futuro: Una de estas fundaciones (quizá la de nombre más sonoro) creó la disciplina de la “ingeniería genética” en un intento de reducir la vida humana a "secuencias de genes definidoras" con la intención de poder ser modificadas para cambiar a voluntad las características humanas. También fue promotora de “la revolución verde” y de los cultivos transgénicos, los “agronegocios” del monocultivo industrializado que pretenden el control, por unas pocas multinacionales, de la alimentación mundial. El último proyecto, también en las mismas manos, es el proyecto Svalbard. La creación del banco subterráneo de semillas en Noruega, bajo unas condiciones de seguridad propias de la ciencia ficción. “La cámara del día del juicio final” de Svalbard tendrá capacidad para albergar cuatro millones y medio de semillas diferentes. Y aquí vienen las preguntas, en este caso unas “autopreguntas” de las que libero al lector: Cuando los científicos más prestigiosos hablan de que “cambiando los genes se conseguirá gente más inteligente”, o “vivir doscientos años”, o que “se conseguirá clonar personas”… ¿han pensado a qué personas se refieren? ¿a toda la Humanidad? Cuando aseguran que los cultivos transgénicos se utilizan para luchar contra el hambre en el Mundo, cuando repiten machaconamente “frases hipnopédicas” ¿es por simple rutina o desconocimiento, o saben lo que están haciendo? Y, finalmente, ¿se inventó realmente Aldous Huxley, nieto de Thomas Huxley la novela “Un mundo feliz”?
Absurdo. Demasiado fantasioso.
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