El cosmos, un orden sagrado (o por qué las jerarquías son buenas)
por Alejandro Martínez Gallardo
Sobre el sentido original, sagrado, del término "jerarquía"
Durante el siglo XX se difundió la noción de que la estructura jerárquica de la sociedad y en general de cualquier institución -y de la realidad misma- era algo que debía deshacerse; la jerarquización era un mero mecanismo de control, de preservación del poder de ciertas clases sacerdotales, políticas o económicas. Hasta el punto de que actualmente se discute si realmente existe un orden jerárquico en la naturaleza, o es sobre todo una cuestión cultural, arbitraria, una creación artificial del ser humano en su búsqueda de poder. Alimentada por el marxismo, cierta interpretación de la filosofía de Nietzsche, ciertas vetas de la filosofía posmoderna, la sociología y los estudios de género, actualmente la noción de que las jerarquías deben ser eliminadas es altamente popular, asociándose la justicia con la ausencia de jerarquía y la injusticia con la estructura jerárquica. En la era en la que todas las cosas deben ser "políticamente correctas" sin importar si son incorrectas en todos los demás sentidos (filosóficos, religiosos, estéticos y demás) la anulación de lo jerárquico deviene en la homogeneización hacia abajo, en el "infierno de lo mismo", en la tiranía de la opinión pública y no en la auténtica aristocracia que es el gobierno dialéctico del amor y la sabiduría. Lo que intentaré argumentar aquí es que lo contrario es cierto: la justicia es enteramente dependiente de lo jerárquico y la jerarquía es algo intrínseco al cosmos, es su misma naturaleza; y aunque parezca increíble más que un mecanismo de control, la jerarquía es un sistema de mérito que mejor permite el flujo de la compasión.
Lo primero que hay que mencionar es que el término jerarquía significa literalmente orden o poder sagrado. La palabra fue acuñada por el teólogo cristiano neoplatónico Dionisio el Aeropagita alrededor del siglo VI. Dionisio entendió que el cosmos entero estaba ordenado de tal forma que cada categoría de seres participaba en la divinidad y actualizaba su propia naturaleza precisamente en tanto a que tenía un lugar y un límite en la gran cadena del ser que procedía de la divinidad al mundo y que regresaba a la divinidad. En otras palabras, era justamente en el cumplir su rol dentro de la estructura sagrada del cosmos, que cada ser cumplía con su propósito de existencia y al hacerlo se unía a una celebración universal, entonaba, como si fuere, la música de su propio ser y formaba parte de una sinfonía divina.
Ahora bien, se podría argumentar que hoy en día la palabra jerarquía significa otra cosa: sólo remite a un lugar -o un estatus- dentro de un orden socioeconómico que es sobre todo secular; un orden no basado en lo moral sino sólo en el puro poder. Pero si esto es así, hay un divorcio o una discontinuidad entre el sentido original del término, la forma correcta de aplicarlo y entenderlo, y la forma en la que se aplica y entiende hoy. Lo cual no significa que la jerárquico no se deba aplicar a lo político o social, sino que tiene sentido aplicarse a lo político o social solamente en tanto a que estos son reflejos o modos subalternos de un orden cósmico espiritual. Así Dionisio modeló su Jerarquía Eclesiástica en base a la Jerarquía Celestial o así Platón consideró que las leyes y normas de la polis debían de reflejar las leyes del cosmos que a su vez eran imagen de la divinidad o el llamado Sol del Bien (algo que encontramos, a su manera, en el confucianismo con su idea del Imperio y del Emperador como microcosmos del Cielo). La jerarquía, como el término hace obvio, sólo tiene sentido si se considera que la vida y el mundo son sagrados. Pero la posmodernidad (siguiendo a Nietzsche) celebró la frase de los asesinos de Hassan-i- Sabbah "Nada es sagrado; todo está permitido". Y, entonces, resultaba natural cuestionar no sólo ciertas organizaciones jerárquicas -los cuales suelen reflejar la corrupción del deseo de poder del hombre y entonces naaturalmente deben ser cuestionados- sino lo jerárquico como tal. Pero aquí ya se asomaba el nihilismo, la filosofía o ausencia de auténtica filosofía que predomina actualmente.
El hombre moderno se sentirá seguramente incómodo ante la noción de estructurar la sociedad y la vida en general en torno a un orden sagrado. Considerará que esto es peligroso e invocará conocidos casos de dictadores e instituciones que han usado su poder, legitimado en algo sagrado o trascendente, de formas que dejan mucho que desear y en nada imitan una armonía celestial. Incluso encontrará problemática la misma noción de "sagrado". Estas disquisiciones no son fáciles de resolver y, sin embargo, es difícil pensar que el mundo y la vida humana tienen sentido sino existe algo sagrado, algo verdadero que tiene un valor que no es meramente relativo o contingente y por lo tanto puede servir como paradigma y eje. Si el ser humano no tiene ninguna esencia y ningún propósito (telos), no tiene una causa formal ni una causa final, entonces realmente no importa si existen las jerarquías o no, o si el mundo es justo, ético y demás; entones todo puede leerse como una lucha de poder y autodeterminación, como un experimento de laboratorio, que por lo demás no es realmente importante, pues a todos nos espera una nada absoluta y nuestra vida es una superflua coincidencia. Pero si el ser humano tiene una esencia y un propósito entonces eso, al menos, puede considerarse sagrado: la persona humana, como su posibilidad de actualizarse, de ser quien es en todo su potencial. Pero esto mismo ya nos lleva a considerar el mundo entero como sagrado, pues el ser humano existe de manera interdependiente con el mundo y depende de éste para poder actualizarse. Evidentemente esto ya nos coloca en un lugar filosóficamente delicado, pues resultaría natural luego pedir que se definiera la esencia, el propósito del ser humano y si el mundo con el cual existe en interdependencia es un mundo solamente natural o un mundo también supernatural o divino. Personalmente yo me inclino, con Platón y con gran parte de las grandes religiones, a pensar que el ser humano tiene una naturaleza cuya esencia es, en su libertad e inteligencia, a fin de cuentas, imagen de la divinidad o de un soporte incondicional que trasciende la mera naturaleza; con Aristóteles, a que el propósito o sentido de la vida humana es la imitación o contemplación de la divinidad, la actualización de su ser en semejanza con lo divino que mueve al mundo a través del amor; y, con Dionisio, a que el mundo, el cosmos, es un orden de seres que participan en la divinidad de manera jerárquica, y que la misma estructura es teofánica, es una escala de fulguración de luz divina. Aunque se podrían tener variaciones teológicas y filosóficas de estos principios y aún así establecer que la vida es sagrada -como por ejemplo ocurre con las diferencias que plantea el budismo-, es sumamente difícil argumentar que la vida humana tiene sentido y valor intrínseco sin apelar a una fuente, condición original o poder dador del ser -a lo cual uno se debe re-ligar- que prove significado, y sólo ante lo cual podemos hablar de lo bueno, lo bello y lo verdadero, o a que el ser humano tiene una especie de propósito preordenado (un sva-dharma o un buen daimón) o una capacidad de alcanzar algo superior en cuyo cumplimiento descansa su felicidad o plenitud. En otras palabras, es necesaria una dimensión religiosa (religión entendida como aquello que vincula con la condición original o divina), una espiritualidad que trascienda el mero coleccionismo de experiencias autorreferentes e inflacionarias. La jerarquía sólo cobra sentido desde una visión preeminentemente espiritual de la realidad, pero una vida sin una visión espiritual no tiene realmente sentido.
¿Por qué es esencial la jerarquía a la auténtica espiritualidad? ¿Acaso el ideal del amor no es la completa igualdad? Una posible respuesta a esto tiene que ver con la belleza y el bien, un cosmos bello y bueno -que para Dionisio encabezan la jerarquía- requiere de la diferenciación y la diversidad (o lo que es lo mismo de la participación jerarquizada), si bien una diversidad que participa en una unidad trascendente... de los diferentes instrumentos de una orquesta que están supeditados a un director y a un compositor o de los planetas que forman otra sinfonía, conducidos por el Sol, quien lo mismo les otorga su existencia que les da la pauta de sus movimientos. Es sólo dentro de una jerarquía que los seres pueden participar en un cosmos de belleza y amor infinito, como engranajes de un gran sistema que trasciende las partes, pero que en cada parte se alcanza a hacer visible, justo en su propia diferencia, en la particular forma en la que refleja la luz, la totalidad.
"La jerarquía, más que una subordinación gradada", dice Hans Urs von Balthasar en su comentario a Dionisio en el segundo tomo de Estética teológica, "es un orden dentro de la propia persona y la comunidad, un orden divino ordenado por la divinidad, el cual lleva a Dios y consiste esencialmente de la bondad y la gracia. Todo este orden espiritual y, a la vez visible, es, como elocuentemente se dice una y otra vez, la belleza cósmica, en la que la belleza teárquica superna se manifiesta." Recordemos que la palabra "cosmos" significa tanto "orden" como "belleza" u "ornamento"; es justamente el orden lo que posibilita que se comunique la belleza que constituye la esencia del universo. El cosmos es, entonces, en esencia una jerarquía, una estructura sagrada, un inmenso organismo divino (según Platón), una economía de la luz divina que alimenta a los diferentes seres, según sus capacidades.
Para Dionisio, según explica el profesor Eric Perl en su libro Theophany, la esencia de los diferentes seres consiste en el amor a Dios, en el cual participan "amándose los unos a los otros, en acorde con su propio rango. [...] el amor del ser superior por o en participación en Dios, su ser, entonces, es su providencia para con el inferior, y el amor del ser inferior por o en participación en Dios es su reversión, o receptividad, al superior. Providencia con el menor y reversión al más alto es el significado mismo del ocupar cierta posición dentro de la estructura jerárquica de la totalidad." En el cosmos espiritual de Dionisio, el superior provee al inferior y el inferior aspira y revierte hacia el superior. Se trata de una jerarquía no basada en el dominio y la voluntad de poder, sino en el amor y el servicio, donde todo aquel que manda y guía es guiado por un nivel superior, que lo es sólo en tanto a que participa con mayor transparencia en la divinidad o en lo bello, bueno y verdadero. Como diría Carl Jung, "el que guía, es guiado".
El significado final de las jerarquías, dice Hans Urs von Balthasar, no es el "conocimiento de Dios, ni siquiera la representación de Dios, sino el amor: como 'perpetuo amor de Dios', al cual estas tres funciones nos alzan, pero también, en el juego del toma y daca entre las criaturas, la imitación de Dios en el amor mutuo." Es la jerarquía la cual permite que el amor circule a lo largo y ancho del cosmos. El mismo Dionisio entiende esta jerarquía como una danza circular. "El propósito de la jerarquía, entonces, es la semejanza y unión con Dios, hasta el límite de las posibilidades... haciendo a los miembros de su compañía de danza iconos divinos, claros e impolutos espejos, receptivos de la la luz original y el rayo teárquico" (Jerarquía Celestial 3.3) Cada miembro de la jerarquía está capacitado no sólo para actualizar su ser sino por para refractar la luminosidad divina y generosamente repartirla por los rangos inferiores.
Es evidente que ni los poderes públicos ni eclesiásticos han sabido reflejar en sus estructuras la concepción original de la jerarquía, pero más allá de estas notables falencias, el ideal sigue siendo universalmente valido: el poder entendido como servicio a principios y valores superiores y trascedentes y la persona en el poder como el servidor capacitado para servir esos valores. El fracaso de la jerarquía se debe fundamentalmente, me parece, a la pérdida de lo sagrado -y específicamente del entendimiento de lo sagrado como servicio- y al predominio de la voluntad de poder, donde si acaso existe algo sagrado es el deseo personal. La jerarquía es hoy entendida como parte de un instinto de competencia, imposición y autoafirmación, pero lo que enseña Dionisio es lo contrario, la jerarquía es (quizá paradójicamente para el hombre moderno) una forma de comunión basada en la integración de una visión cósmica colectiva, en la que cada individuo juega un papel infinitamente valioso en su diferenciación, como miembro de una gran sinfonía que requiere de la participación y del sacrificio -del hacer sagrado- de cada uno de sus componentes, desde el más altivo al más humilde.
Twitter del autor: @alepholo
Artículo original: Pijama Surf
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