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¿Es el placebo el auténtico remedio?
Por Andreas Moritz
de su libro "Los secretos eternos de la salud"
Placebo es una palabra latina cuya traducción es «complaceré». Si algo nos place, automáticamente se liberan en nuestro organismo las hormonas del placer, lo que significa que en el transcurso de una enfermedad somos capaces de experimentar una respuesta curativa. En medicina, el efecto placebo es un fenómeno que se considera una medida para probar la eficacia de nuevos fármacos o terapias.
Nota: reducir o eliminar los síntomas de una enfermedad no tiene nada que ver con curarla. Existen tres posibles explicaciones de la causa y el modo en que se produce la curación.
- Determinado tratamiento no inhibitorio desencadena una respuesta curativa del cuerpo.
- El poder sanador de la naturaleza funciona. Esto significa principalmente que la respuesta del sistema inmunológico natural frena y elimina los factores causantes de la enfermedad. Si bien este principio (el cuerpo se cura a sí mismo) se aplica en la mayoría de los tratamientos médicos, este «aliado secreto» de todos los médicos casi nunca se da a conocer a los pacientes. Raramente se elogia al organismo humano por su extraordinaria habilidad a la hora de batallar contra las infecciones y las heridas del cuerpo. La gran capacidad del cuerpo para sanarse por sí mismo subyace en todos y cada uno de los éxitos de la profesión sanitaria. En muchas ocasiones, la curación se produce a pesar de los efectos secundarios que tan a menudo tienen lugar al utilizar fármacos o procedimientos agresivos. A falta de una respuesta curativa del organismo, ni la tecnología más avanzada ni la mejor pericia servirán de nada.
- El efecto placebo desencadena la respuesta curativa.
Originalmente, la medicina convencional definía el placebo como una sustancia inactiva que, por razones meramente psicológicas, se administraba para satisfacer o complacer al paciente. Sin embargo, esta definición ya no se considera apropiada o suficiente. El efecto placebo puede producirse como resultado de administrar sustancias que no son inactivas, del mismo modo que puede originarse con procedimientos o píldoras que no comprenden o contienen ningún fármaco. El efecto placebo implica que el paciente crea que un «fármaco», que puede ser azúcar en forma de pastilla o bálsamo de serpiente, tiene el poder de mitigar sus dolores e incluso curar su enfermedad. Un sentimiento de confianza absoluta en un tratamiento determinado o incluso en un médico puede tener también un efecto placebo. Un estudio de investigación no se considera válido ni científico si no incluye un placebo que se aplica al grupo de control.
Si la eficacia de un fármaco o de un tratamiento es mayor que la de un placebo, significa que ese fármaco o ese tratamiento han superado la prueba. En el pasado, el placebo se ha utilizado incluso para estudiar técnicas de bypass coronario y tratamientos radiológicos del cáncer. En una serie de estudios sobre el bypass, los cirujanos abrían el pecho a los enfermos de corazón del grupo de placebo y, acto seguido, volvían a cerrarlo sin realizar ninguna operación de bypass. Tras salir del quirófano, se informaba a todos los pacientes de que su operación había sido un éxito. Algunos de los del grupo de placebo afirmaban haber experimentado un alivio del dolor en el pecho. Ciertos pacientes a los que realmente se les había practicado la intervención de bypass también afirmaron que habían notado una mejora del dolor pectoral. Si el índice de «éxito» en el grupo al que se le había practicado el bypass es mayor que el del grupo de placebo, se considera que la operación de bypass es un método efectivo para aliviar el dolor de pecho.
Un temprano estudio rigurosamente controlado, realizado con enfermos diagnosticados de angina de pecho, mostró que 5 de los 8 pacientes sometidos a una intervención real y 5 de los 9 que sufrieron una intervención falsa se sintieron después mucho mejor. Dos de los pacientes sometidos a falsas intervenciones llegaron incluso a experimentar un notable aumento de su resistencia física y de su fortaleza. Un grupo de investigadores realmente escépticos repitieron el mismo experimento con otro grupo de 18 pacientes. Ni los enfermos ni el cardiólogo que les examinó sabían quiénes de ellos habían sido realmente intervenidos. Resultó que 10 de 13 pacientes que pasaron por una auténtica intervención y 5 de los 5 que pasaron por una intervención ficticia mejoraron notablemente. Este experimento demostró que el efecto placebo junto a la respuesta sanadora del cuerpo puede ser el auténtico factor de éxito de toda intervención. La cirugía, al igual que cualquier otro tratamiento, puede funcionar como un placebo y no parece tener una ventaja notable sobre el mismo. Sin embargo, sería una gran insensatez sufrir una falsa intervención y mantener im estilo de vida perjudicial insano. Los índices de supervivencia después de una intervención ficticia no sobrepasan los dos años, y, después de una intervención real, no mucho más, a menos que el paciente cambie radicalmente de dieta y de estilo de vida.
Cuando el placebo se convierte en medicina
Los mecanismos de la curación por medio de un placebo se basan en la fe que el paciente tenga en que un medicamento, una operación o un tratamiento vayan a aliviarle el dolor o a curarle su enfermedad. La confianza extrema o el sentimiento profundo de su recuperación es todo lo que el paciente tiene en sus manos para iniciar su respuesta curativa. Por medio de la intensa conexión cuerpo-mente descrita anteriormente, el enfermo puede liberar en ciertas zonas del cerebro sustancias opiáceas naturales (analgésicos similares a la morfina), activadas por medio de ciertos procesos mentales. Los correspondientes neurotransmisores que alivian del dolor se llaman endorfinas. Éstas son cuarenta mil veces más potentes que la heroína más concentrada.
Un paciente que desarrolla un tumor canceroso puede empezar a producir cantidades adicionales de interleukina y de interferón a fin de destruir las células cancerosas. Al ser productos del ADN, el cuerpo puede fabricar estas sustancias anticancerígenas en todas y cada una de sus células y erradicar el cáncer rápidamente (remisión espontánea), siempre y cuando el paciente sepa cómo generar estas sustancias en su cuerpo. Los factores desencadenantes son la confianza, la seguridad y la felicidad, los mismos que producen una respuesta placebo. Para adquirir los medicamentos en el mercado farmacéutico habría que invertir hasta 26.000 euros para un tratamiento completo. En cuanto a la «tasa de éxito» de los fármacos, no supera el 15 %, y sus efectos secundarios son tan graves que pueden llegar a destruir el sistema inmunológico y sembrar el campo de futuras dolencias, incluidas las cancerosas. (Véase e\ apartado «Cáncer: ¿quién lo cura?» en el capítulo 10.) Una eficacia del 15 % es por lo general inferior a la conseguida con un efecto placebo.
Nuestro cuerpo es capaz de crear cualquier sustancia química que pueda producir la industria farmacéutica. Los fármacos obtenidos sintéticamente sólo «funcionan» porque el cuerpo dispone de receptores que captan algunas de las sustancias químicas contenidas en ellos. Esto significa que el cuerpo también puede crear esas sustancias, pues, de otro modo, no existirían esos receptores. El cuerpo sabe cómo fabricarlos con la mayor precisión, en la dosis adecuada y en el momento oportuno. La química que fabrica el cuerpo no cuesta nada y no produce efectos secundarios dañinos. Por otro lado, los productos farmacéuticos son muy caros y mucho menos específicos y precisos. Además, los efectos secundarios que ocasionan acaban siendo más graves que las dolencias para las que se emplean. La conclusión es que la mayoría de los resultados positivos son fruto directo de la respuesta curativa del propio organismo o bien están causados por el efecto placebo. No tienen nada que ver con el tratamiento médico propiamente dicho.
El placebo en acción
Los médicos tienen prestigio y poder para infundir a sus pacientes la confianza de que están recibiendo el mejor y más adecuado tratamiento posible para su estado de salud. La esperanza de encontrar alivio y mejorar es tal vez la mayor motivación que tiene un paciente al visitar a su médico. Además, es probable que el médico crea que su tratamiento producirá el efecto deseado, es decir, que mitigará los síntomas de su paciente. La combinación de la fe del médico en su tratamiento y la confianza del paciente en su doctor puede ocasionar una «medicina» capaz incluso de transformar un tratamiento inútil o un fármaco no específico en un motor de curación. Esta combinación puede comportar muy bien una clara mejoría y, en algunos casos, la absoluta curación. Esta medicina, sin embargo, no es más que el efecto placebo.
Si el médico está convencido de que el tratamiento de la enfermedad de su paciente será satisfactorio, es muy probable que la percepción que tiene el enfermo de la convicción del galeno produzca una respuesta placebo, mientras que seguramente no ocurriría lo mismo en el caso de que el médico dudara de su tratamiento. El doctor K. B. Thomas, de Southampton, Inglaterra, ha demostrado que un médico ni siquiera necesita una receta para ayudar a sus pacientes. El doctor Thomas seleccionó a 200 pacientes que sufrían diferentes síntomas, como dolores de cabeza, estómago, espalda, irritación de garganta, resfriado y fatiga. En primer lugar, dividió a los pacientes en dos grupos. A los del primer grupo les dio un diagnóstico claro y realizó una valoración «positiva» en la que les aseguró que se recuperarían pronto. Al segundo grupo les dijo que no estaba completamente seguro de lo que les pasaba y les pidió que volvieran a verle en el caso de no mejorar. Después, dividió cada grupo en dos subgrupos, y a uno de ellos le dio una receta placebo. Transcurridas dos semanas, un 64 % de los pacientes de la «valoración positiva» había mejorado notablemente, frente al 39 % de los pacientes ante los que había expresado sus dudas. De los pacientes a los que recetó un placebo, un 53 % había mejorado, mientras que en el grupo de aquellos a quienes no había recetado nada había mejorado un 50 %. Este experimento demuestra que un médico puede ejercer sobre un paciente un efecto curativo mayor que una receta.
Este ejemplo puede aclarar, además, un fenómeno insólito: los médicos que creen realmente que lo que hacen es lo mejor para sus pacientes -aunque esto pueda desafiar la lógica de la interpretación científica- consiguen resultados mucho mejores y sus pacientes se curan. Si un médico puede transmitir a su paciente la seguridad de que va a mejorar, realiza un trabajo mucho mejor que el de cualquier tratamiento sofisticado. Un artículo editorial de la revista médica Lancet preguntaba por qué sería erróneo administrar placebos si los medios terapéuticos esenciales modernos no consiguen mejores resultados que los placebos. El objetivo principal de una facultad de medicina debería consistir en formar médicos afectuosos, honestos y optimistas que fueran intuitivos y sintieran amor y compasión por los seres humanos. Habría que examinar a los estudiantes de medicina sobre esos valores, y a los que no superaran el examen se les debería prohibir practicar la medicina. La mera presencia del médico puede actuar como un medicamento. De hecho, cualquier tipo de terapia debería tener un valor secundario o complementario. Así pues, el médico como placebo en sí mismo puede ser más efectivo que su tratamiento, y, además, carente de efectos secundarios nocivos.
La tendencia actual en amplios sectores de la población de buscar médicos alternativos no se debe tanto a lo que ofrecen al enfermo, sino más bien a cómo hacen que se sienta el enfermo. El hecho de que los terapeutas alternativos utilicen principalmente métodos y compuestos naturales en sus tratamientos hace que las terapias naturales sean para el paciente más aceptables que los tratamientos médicos. Esto hace, además, que sus enfoques sean más humanos y potencialmente más efectivos que los placebos.
Todos nosotros tenemos un instinto natural preprogramado para saber qué es bueno y útil para nosotros mismos, aunque mucha gente haya conseguido esconderlo. Este instinto visceral detecta el efecto curativo de los alimentos puros y frescos, de las hierbas curativas y de otros remedios naturales. Es más probable que una hierba de las montañas del Himalaya o un trozo de jengibre desencadene en nosotros un efecto placebo que no la grasa sintética Olestra o un medicamento para bajar la tensión arterial. Las cosas naturales placen por naturaleza al cuerpo y a la mente.
En todo tratamiento médico, el efecto placebo es realmente el principal factor determinante de su grado de éxito. Los resultados de cada uno de los estudios realizados así lo confirman. Si se hubiera probado que cualquier tratamiento del sistema médico fuera tan efectivo y consistente como el efecto placebo, se habría proclamado a los cuatro vientos el mayor logro médico de todos los tiempos. Sin embargo, el efecto placebo nunca o en muy raras ocasiones se menciona en los textos médicos. Esto es lamentable, pues el efecto placebo desempeña un papel como mínimo tan importante en el proceso curativo como el de un fármaco caro o un instrumento médico sofisticado.
Un ejemplo típico es la hierba dedalera, utilizada por médicos desde hace más de 200 años para tratar las enfermedades del corazón, a pesar de que sus beneficios a largo plazo y su efectividad no se han probado nunca. Un importante estudio de control doble ciego llevado a cabo durante tres años (New EnglandJournal of Medicine, 1997) por el Grupo de investigación de la dedalera mostró que de 3.397 enfermos del corazón que habían tomado dedalera, 1.181 habían fallecido al final del período de estudio. En comparación con los 1.194 enfermos de los 3.403 que habían tomado un placebo, quedó claro que, para evitar la muerte por una dolencia
cardíaca, la dedalera no es mejor que un azucarillo. Pero todavía sigue siendo un tratamiento preferente (por encima del placebo). ¿Es probable que los individuos del grupo de la dedalera no sobrevivieran durante el estudio por tomar esa sustancia, sino por las mismas razones por las que sobrevivieron los del grupo que tomaron un placebo? Es muy posible, puesto que el número de fallecidos es prácticamente el mismo. Como mostró el estudio, el único mérito de la dedalera fue desencadenar un efecto placebo, al igual que el falso fármaco. En otras palabras: no produjo más beneficio que desencadenar un efecto placebo.
En un tratamiento, cualquier aspirante a médico tiene que enfrentarse a la desagradable evidencia de que los medicamentos por sí solos no inducen una respuesta curativa. Un medicamento funciona tan sólo en un 35 % de las personas que lo toman. El resto puede que no obtenga resultado alguno o que empeoren por culpa de los efectos secundarios. Los médicos saben también que un paciente tiene muchas más posibilidades de mejorar con determinado medicamento si ellos le garantizan que mejorará. Saben que un enfermo puede mejorar simplemente mirando un fármaco. No obstante, ese efecto depende más de la capacidad de imaginación y de la confianza del paciente que de la medicina en sí.
El milagro de la cura espontánea
Si bien la medicina moderna se ha dado de bruces, por así decirlo, con el mecanismo de curación del organismo, todavía no lo ha reconocido. Casi todos los estudios científicos realizados con miles de fármacos y tratamientos por parte de médicos de todo el mundo han considerado el efecto placebo. Aunque el efecto placebo es una respuesta puramente subjetiva del paciente o del sujeto tratado, de una u otra manera ha llegado a ser un factor esencial objetivo y fiable en la investigación médica. Sin embargo, el efecto placebo que representa el mecanismo de curación propio del cuerpo no ha sido nunca objeto de investigación. Después de todo, es imposible patentar la respuesta curativa de un placebo y conseguir beneficios con su venta. En vez de aprender de los mecanismos curativos del propio organismo, toda la atención se ha centrado en probar fármacos o terapias que fueran rentables para el tratamiento de los síntomas de la enfermedad. Dado que esos fármacos o terapias no pueden curar nada -sólo el cuerpo puede hacerlo—, no hay nada en ellos que potencie la respuesta curativa a excepción de su potencial efecto placebo. Teniendo en cuenta que la supresión de los síntomas no tiene nada que ver con la curación, esas investigaciones revisten tan sólo, en el mejor de los casos, un valor secundario.
Sin embargo, es un error creer que la mejoría de los síntomas tras determinado tratamiento es necesariamente el resultado de ese tratamiento. Los tratamientos en sí mismos no tienen poderes curativos y no son eficaces a menos que puedan funcionar como desencadenantes del efecto placebo o de la respuesta curativa del cuerpo. Además, los tratamientos orientados simplemente a erradicar los síntomas de la enfermedad sin tener en cuenta sus causas no tienen nada que ver con una curación efectiva. Conseguir un alivio temporal de los síntomas puede ser muy deseable para el paciente y gratificante para el médico, pero a largo plazo ese enfoque hace más difícil que el cuerpo se cure por sí mismo. Bastante a menudo esto da lugar a enfermedades
crónicas. La verdadera curación se produce gracias a la relación cuerpo-mente, a la eliminación de la congestión intema y a la inherente capacidad curativa del propio organismo.
El potente mecanismo curativo del cuerpo quedó ampliamente reflejado en un estudio realizado con tres gmpos de pacientes que sufrían úlceras gástricas sangrantes. A esos enfermos se les dijo que iban a probar un nuevo fármaco que podría acabar con las hemorragias provocadas por las úlceras. Un grupo tomó el nuevo fármaco, otro recibió una sustancia que aumentaba esas hemorragias y al tercer grupo se le administró un placebo. La mayoría de los pacientes eran personas desesperadas que anhelaban que el nuevo fármaco les ayudara a desembarazarse de su angustioso problema. Los resultados dejaron atónitos a los investigadores. Las hemorragias cesaron en los tres gmpos, incluso en el que había tomado un fánnaco que supuestamente tenía que incrementarlas. ¿Fue la confianza en ese nuevo producto lo suficientemente potente para superar la gran toxicidad del fármaco que incrementaba la hemorragia?
Está claro que, en respuesta a esos sentimientos de confianza y de esperanza, los cuerpos de esos pacientes no sólo produjeron sustancias capaces de detener la hemorragia de las úlceras, sino que además neutralizaron las sustancias tóxicas contenidas en el fármaco que debía incrementar la hemorragia.
Existen miles de estudios que hablan de los sorprendentes resultados del efecto placebo. En otro estudio clásico llevado a cabo en 1950, a un grupo de embarazadas que sufrían vómitos matinales se le administró jarabe de ipecac, una sustancia que provoca el vómito. Se les dijo que era una nueva solución contra los vómitos. Para sorpresa de los investigadores, todas las mujeres dejaron de vomitar.
Otro interesante experimento se realizó con la ayuda de estudiantes de medicina. Cincuenta y seis estudiantes recibieron una píldora; unos de color rosa y otros de color azul y se les dijo que unas eran tranquilizantes y otras estimulantes. Tan sólo 3 de los 56 estudiantes dijeron que las píldoras no les habían causado ningún efecto. La mayoría de los que habían tomado las píldoras azules supusieron que eran tranquilizantes y un 72 % se durmió. Es más, los estudiantes que tomaron dos píldoras azules durmieron más que los que sólo tomaron una. Por el contrario, un 32 % de los que tomaron las píldoras rosas dijeron que se habían sentido menos cansados, y un tercio de ellos afirmaron tener efectos secundarios como dolores de cabeza, aturdimiento, retortijones, dolor intestinal, picor en las extremidades y dificultad para caminar. Todas las respuestas, a excepción de las de tres estudiantes, se debieron a sus presunciones y a su imaginación.
Las consecuencias de estos experimentos y de otros similares deberían haber revolucionado el concepto médico de la enfermedad. Lamentablemente, la ley prohíbe la venta de «drogas» que contengan tan sólo sustancias inocuas. De no existir esa ley, muchas personas podrían haberse convertido en sus mejores terapeutas gracias tan sólo a confiar en un fármaco que no es tal. Por otra parte, si estuviera permitido vender un placebo, cualquiera podría comercializar como medicamento efectivo un simple azucarillo. Entonces, ¿quién decide qué es lo más efectivo? Un antiguo presidente del Real Colegio de Médicos de Londres dijo en una ocasión que tan sólo el 10 % de las enfermedades puede tratarse de modo efectivo con los métodos terapéuticos modernos, incluida la administración de fármacos. El tratamiento de enfermedades no significa necesariamente que los medicamentos ejerzan un efecto curativo; en realidad, la mayoría de ellos simplemente eliminan los síntomas y son costosos. Un placebo, por el contrario, es algo muy barato, e incluso puede salir gratis. Y no tiene efectos secundarios.
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